“GRAN MAESTRO DEL SANTO ARCO REAL DE JERUSALEM”
1.-
Significado de los Grados Crípticos.
Los Grados Crípticos son, etimológicamente,
los Grados de la CRIPTA, pues sus Trabajos se desarrollan en una Bóveda
subterránea. En la Orden Real de Heredom de Kilwinning corresponde a los Grados
IV° y V°, pues sus Leyendas aluden a la Caverna iniciática. En el VI° Grado el
iniciado sale nuevamente a la superficie de la tierra y se produce el Pasaje de
las aguas simbolizando el cambio de estado y el ascenso a los estados
superiores del Ser.
En el presente análisis, sobre el
significado de la CAVERNA, tomamos como base de los escritos del Querido Hermano
René Guenón y extrayendo desde su obra “Símbolos Fundamentales de la Ciencia
Sagrada” logramos la claridad para la necesaria docencia de este Grado. Es así
que resumimos varios capítulos para una mejor comprensión del tema que nos
ocupa.
La iniciación al
Grado IV°, lejos de lo que algunos podrían considerarla, esto es, como una
muerte, resulta ser lo contrario. Para nosotros es como un “segundo
nacimiento”, y como un paso de las tinieblas a la luz. Pero el lugar de este
nacimiento es también la caverna, por lo menos en los casos en que la
iniciación se efectúa en ella, real o simbólicamente. Lo mismo aparece por lo
demás, incluso exotéricamente, en el simbolismo cristiano de la Natividad, con
igual nitidez que en otras tradiciones; y es evidente que la caverna como lugar
de nacimiento no puede tener precisamente la misma significación que la caverna
como lugar de muerte o sepultura. Se podría hacer notar, sin embargo, por lo
menos para vincular entre sí esos aspectos diferentes y hasta en apariencia
opuestos, que muerte y nacimiento no son, en suma, sino las dos fases de un
mismo cambio de estado, y que el paso de un estado a otro se considera siempre
como que debe efectuarse en la oscuridad; en este sentido, la caverna sería más
exactamente, pues, el lugar mismo de ese tránsito: pero esto, aun siendo
estrictamente verdadero, no se refiere aún sino a uno de los aspectos de su
complejo simbolismo.
La verdad es que, muy lejos de constituir un lugar tenebroso, la
caverna iniciática está iluminada interiormente, de modo que, al contrario, la
oscuridad reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila naturalmente a
las “tinieblas exteriores” y el “segundo nacimiento” es a la vez una
“iluminación”. Ahora, si se pregunta por qué la caverna es considerada así
desde el punto de vista iniciático, responderemos que la solución se encuentra,
por una parte, en el hecho de que el símbolo de la caverna es complementario
con respecto al de la montaña, y, por otra, en la relación que une
estrechamente el simbolismo de la caverna con el del corazón.
Sin embargo, la Caverna no puede ser confundida con el “Laberinto”, ya
que este último es el acceso a determinado lugar donde no todos pueden penetrar
indistintamente; solo los que están “cualificados” podrán recorrerlo hasta el
fin, mientras que los otros se verán impedidos de penetrar o extraviarán el
camino. Se ve inmediatamente que hay aquí la idea de una “selección”, en
relación evidente con la admisión a la iniciación misma: el recorrido del
laberinto no es propiamente, pues, a este respecto, sino una representación de
las pruebas iniciáticas; y es fácil comprender que, cuando servía efectivamente
como medio de acceso a ciertos santuarios, podía ser dispuesto de tal manera
que los ritos correspondientes se cumplieran en ese trayecto mismo. Por otra
parte, se encuentra también la idea de “viaje”, en el aspecto en que esa idea
se asimila a las pruebas mismas, como puede verificárselo aún hoy en ciertas
formas iniciáticas, la masonería por ejemplo, donde cada una de las pruebas
simbólicas se designa, precisamente, como un “viaje”. Otro simbolismo
equivalente es el de la “peregrinación”; y recordaremos a este respecto los
laberintos que se trazaban otrora en las lajas del piso de ciertas iglesias,
cuyo recorrido se consideraba como un 14 sustituto” del peregrinaje a Tierra
Santa; por lo demás, si el punto en el que termina ese recorrido representa un
lugar reservado a los “elegidos”, ese lugar es real y verdaderamente una
“Tierra Santa” en el sentido iniciático de la expresión: en otros términos, ese
punto no es sino la imagen de un centro espiritual, como todo lugar de
iniciación lo es igualmente.
La caverna es el lugar en que se cumple la iniciación misma, sin
embargo, el laberinto, es el lugar de las pruebas previas. Recordemos cuando se
dice en algunos rituales que el profano, en el caso del Primer Grado y en
grados siguientes, el candidato debe transitar mediante la “Marcha
Laberíntica”. Entonces, la Caverna no es el camino que conduce a la iniciación,
sino que el Laberinto se constituye en el obstáculo que veda el acercamiento a
los profanos “no cualificados”.
Ha de hacerse notar aún que, cuando la misma caverna es a la vez el
lugar de la muerte iniciática y el del “segundo nacimiento”, debe entonces ser
considerada como acceso no solo a los dominios subterráneos o “infernales”,
sino también a los dominios supraterrestres; esto también responde a la noción
del punto central, que es, en el orden “macrocósmico”, al igual que en el
“microcósmico”, aquel donde se efectúa la comunicación con todos los estados
superiores e inferiores; y solamente así la caverna puede ser, la imagen
completa del mundo, en cuanto todos esos estados deben reflejarse igualmente en
ella; de no ser así, la asimilación de su bóveda al cielo sería absolutamente
incomprensible. Pero, por otra parte, si el “descenso a los Infiernos” se
cumple en la caverna misma, entre la muerte iniciática y el “segundo
nacimiento”, se ve que no puede considerarse a ese descenso como representado
por el recorrido del laberinto, y entonces cabe aún preguntarse a qué
corresponde en realidad este último: son las “tinieblas exteriores”, y a las
que se aplica perfectamente el estado de “errancia”, si es lícito usar este
término, del cual tal recorrido es la exacta expresión. Este asunto de las
“tinieblas exteriores” podría dar lugar a otras precisiones, pero nos harían
traspasar los límites del presente estudio.
El Hno. René Guenón hace interesantes
anotaciones en lo referente a la Caverna y el “Corazón” y su consecuencia en la
comprensión de una representación de un centro espiritual.
Para este, explica el papel desempeñado por la caverna desde el punto
de vista iniciático en cuanto a la representación de un centro espiritual. En
efecto, el corazón es esencialmente un símbolo del centro, ya se trate, por lo
demás, del centro de un ser, o, analógicamente, del de un mundo, es decir, en
otros términos, ya se coloque uno desde el punto de vista “microcósmico”, ya
desde el “macrocósmico”; es, pues, natural, en virtud de esa relación, que el
mismo significado pertenezca igualmente a la caverna; pero se trata ahora de
explicar más completamente esa conexión simbólica misma.
La “caverna del corazón” es una conocida expresión tradicional: la
palabra guhâ, en sánscrito, designa generalmente una caverna, pero se aplica
también a la cavidad interna del corazón y, por extensión, al corazón mismo;
esta “caverna del corazón” es el centro vital en el cual reside no solamente el
jîvâtmâ, sino también el Atmâ incondicionado, que es en realidad idéntico al
propio Brama. La palabra guhâ deriva de la raíz ghu-, cuyo sentido es ‘cubrir’
o ‘esconder’, el mismo que el de otra raíz similar gup-, de donde gupta, que se
aplica a todo lo que tiene un carácter secreto, a todo lo que no se manifiesta
al exterior; es el equivalente del griego kryptós, de donde la palabra
“cripta”, sinónimo de “caverna”. Estas ideas se refieren al centro, en cuanto
punto el más interior y por consiguiente el más escondido; a la vez, se
refieren también al secreto iniciático, sea en sí mismo, sea en cuanto
simbolizado por la disposición del lugar donde se cumple la iniciación, lugar
escondido o “cubierto” (masónicamente: ”estar a cubierto”), es decir,
inaccesible a los profanos, ya esté defendido el acceso por una estructura
“laberíntica”, ya de otro modo cualquiera (como por ejemplo los “templos sin
puertas” de la iniciación extremo-oriental), y siempre considerado como imagen
del centro.
Por otra parte, importa destacar que ese carácter escondido o secreto,
en lo que concierne a los centros espirituales o a sus figuraciones, implica
que la verdad tradicional misma, en su integridad, no es ya accesible a todos
los hombres indistintamente, lo que indica que se trata de una época de
“oscurecimiento” por lo menos relativo; esto permite “situar” tal simbolismo en
el curso del proceso cíclico.
El esquema del corazón es un triángulo con el vértice hacia abajo
(“triángulo del corazón” es otra expresión tradicional); y ese mismo esquema se
aplica también a la caverna, mientras que el de la montaña, como el de la
pirámide que a ella equivale, es, al contrario, un triángulo con el vértice
hacia arriba; esto muestra que se trata de una relación inversa, y también, en
cierto sentido, complementaria. Agregaremos, acerca de esta representación del
corazón y la caverna por el triángulo invertido, que es uno de los casos en que
a éste no se vincula, evidentemente, ninguna idea de “magia negra”, contra lo
que harto a menudo pretenden quienes no tienen del simbolismo sino un
conocimiento por completo insuficiente.
Volvamos a lo que, según la tradición hindú, se oculta en la “caverna
del corazón”: es el principio mismo del ser, principio que, en ese estado de
“envoltura” o “repliegue” y con respecto a la manifestación, se compara a lo
que hay de más pequeño (la palabra dáhara, que designa la cavidad donde aquél
reside, se refiere también a esa idea de pequeñez), cuando en realidad es lo
que hay de más grande, así como el punto es espacialmente ínfimo y aun nulo,
aunque sea el principio por el cual todo el espacio se produce, o del mismo
modo que la unidad aparece como el menor de los números, aunque los contenga
principialmente a todos y produzca de por sí toda su serie indefinida. También
aquí encontramos, pues, la expresión de una relación inversa, en cuanto el
principio se encara según dos puntos de vista diferentes; de estos dos puntos
de vista, el de la extrema pequeñez concierne a su estado oculto y, en cierto
modo, “invisible”, el cual no es para el ser sino aun una “virtualidad” pero a
partir del cual se efectuará el desarrollo espiritual de ese ser; allí, pues,
está propiamente el “comienzo” (initium) de ese desarrollo, lo que se halla en
relación directa con la iniciación, entendida en el sentido etimológico del
término; y precisamente desde este punto de vista la caverna puede ser
considerada el lugar del “segundo nacimiento”. A este respecto, encontramos
textos como el siguiente: “Sabe tú que este Agni, que es el fundamento del
mundo eterno (principial), y por el cual éste puede ser alcanzado, está oculto
en la caverna (del corazón)”, lo que se refiere, en el orden “microcósmico”, al
“segundo nacimiento” y también, por transposición al orden “macrocósmico”, a su
análogo, que es el nacimiento del Avatâra.
Hemos dicho que lo que reside en el corazón es a la vez el jîvâtmâ
desde el punto de vista de la manifestación individual y el Âtmâ incondicionado
o Paramâtmâ desde el punto de vista principial; los dos no se distinguen sino
en modo ilusorio, es decir, relativamente a la manifestación misma, y son uno
en la realidad absoluta. Son “los dos que han entrado en la caverna”, y que, al
mismo tiempo, se dice que “permanecen en la más alta sumidad”, de modo que los
dos simbolismos, el de la montaña y el de la caverna, se encuentran reunidos
aquí. El texto agrega que “quienes conocen a Brahma los llaman sombra y luz”;
esto se refiere más en particular al simbolismo de Nara-nâràyana, de que hemos
hablado con motivo de la Âtmâ-Gîtâ, citando precisamente este mismo texto;
Nara, el humano o el mortal, que es jîvâtmâ, se asimila a Árjuna, y Nâràyana,
el divino o inmortal, que es Paramâtmâ, se asimila a Krshna; pero, según su
sentido propio, el nombre de Krshna designa el color oscuro, y el de Árjuna el
color claro, o sea, respectivamente, la noche y el día, en cuanto se los
considera como representación respectiva de lo no-manifestado y de lo
manifestado. Un simbolismo exactamente similar a este respecto se encuentra,
por lo demás, con los Dioscuros, puestos además en relación con los dos
hemisferios, uno oscuro y otro claro, como lo hemos indicado al estudiar el
simbolismo de la “doble espiral”. Por otra parte, aquellos denominados “los
dos”, o sea el jîvâtmâ y el Paramâtmâ, son también los “dos pájaros” o las “dos
aves” de quienes se habla en otros textos diciendo que “residen en el mismo
árbol” (así como Árjuna y Krshna montan en el mismo carro), y que están
“inseparablemente unidos” porque, como decíamos antes, no son en realidad sino
uno y solo ilusoriamente se distinguen; importa destacar aquí que el simbolismo
del árbol es esencialmente “axial”, como el de la montaña; y la caverna, en
cuanto se considera como situada en la montaña, o en el interior mismo de ésta,
se encuentra también sobre el eje, pues, en todos los casos y de cualquier modo
que se encaren las cosas, allí está necesariamente el centro, que es el lugar
de unión de lo individual con lo Universal.
El Hno. René Guenón hace otras interesantes anotaciones en lo que se
refiere a la Caverna y la “Montaña”; veamos que se desprende de esto.
Existe, pues, una relación estrecha entre la montaña y la caverna, en
cuanto una y otra se toman como símbolos de los centros espirituales, como lo
son también, por razones evidentes, todos los símbolos, “axiales” o “polares”,
de los cuales uno de los principales es precisamente la montaña. Recordaremos
que, a este respecto, la caverna debe considerarse situada bajo la montaña o en
su interior, de modo de encontrarse igualmente sobre el eje, lo que refuerza
aún el vínculo existente entre ambos símbolos, en cierto modo complementarios
entre sí. Es preciso, empero, advertir también, para “situarlos” exactamente
uno respecto del otro, que la montaña tiene carácter más “primordial” que la
caverna: ello resulta del hecho de que es visible en el exterior, de que es inclusive,
podría decirse, el más visible de todos los lugares, mientras que, al
contrario, la caverna es, según lo hemos dicho, un lugar esencialmente oculto y
cerrado. Puede fácilmente deducirse que la representación del centro primordial
por la montaña corresponde propiamente al período originario de la humanidad
terrestre, durante el cual la verdad era íntegramente accesible a todos (de
donde el nombre de Satya-Yuga [‘período de la verdad’], y la cúspide de la
montaña es entonces el Satya-Loka o ‘lugar de la verdad’); pero, cuando a
consecuencia de la marcha descendente del ciclo esa verdad no estuvo ya sino al
alcance de una minoría más o menos restringida (lo que coincide con los
comienzos de la iniciación entendida en su sentido más estricto) y se hizo
oculta para la mayoría de los hombres, la caverna fue un símbolo más apropiado
para el centro espiritual y, por consiguiente, para los santuarios iniciáticos
que son su imagen. Por tal cambio, el centro, podría decirse, no abandonó la
montaña, sino que se retiró solamente de la cúspide al interior; por otra
parte, ese mismo cambio es en cierto modo una “inversión” por la cual, según lo
hemos explicado en otro lugar, el “mundo celeste” (al cual se refiere la
elevación de la montaña por sobre la superficie terrestre) se convirtió en
cierto sentido en el “mundo subterráneo” (aunque en realidad no sea él el que
cambió, sino las condiciones del mundo exterior, y por lo tanto su relación con
éste); y esa “inversión” se encuentra figurada por los esquemas respectivos de
la montaña y la caverna, que expresan a la vez su mutua complementariedad.
Según hemos señalado anteriormente, el esquema de la montaña, al igual
que el de la pirámide o el del montículo, sus equivalentes, es un triángulo con
el vértice hacia arriba; el de la caverna, al contrario, es un triángulo con el
vértice hacia abajo, y por ende invertido con respecto a aquél. Este triángulo
invertido es igualmente el esquema del corazón, y el de la copa, que está
generalmente asimilada a aquél en el simbolismo, según lo hemos mostrado
particularmente en lo que concierne al Santo Grial. Agreguemos que estos
últimos símbolos y sus similares, desde un punto de vista más general, se
refieren al principio pasivo o femenino de la manifestación universal, o a alguno
de los aspectos de él, mientras que los símbolos esquematizados por el
triángulo con el vértice hacia arriba se refieren al principio activo o
masculino; se trata, pues, de una verdadera complementariedad. Por otra parte,
si se disponen ambos triángulos uno debajo del otro, lo que corresponde a la
situación de la caverna bajo la montaña, se ve que el segundo puede
considerarse como el reflejo del primero (fig. 12); y esta idea de reflejo
conviene muy bien a la relación de un símbolo derivado con respecto al símbolo
principal, según lo que acabamos de decir acerca de la relación entre la
montaña y la caverna en cuanto representaciones sucesivas
del centro espiritual en las diferentes fases del desarrollo cíclico.
Podría causar asombro el que figuremos aquí el triángulo invertido más
pequeño que el triángulo derecho, pues, desde que éste es reflejo de aquél,
parecería que debería serle igual; pero tal diferencia en las proporciones no
es cosa excepcional en el simbolismo: así, en la Cábala hebrea, el Macroprosopo
o “Gran Rostro” tiene por reflejo el Microprosopo o “Pequeño Rostro”. Además,
hay en ello, en el caso presente, una razón más particular: hemos recordado,
con motivo de la relación entre la caverna y el corazón, el texto de las
Upáníshad donde se dice que el Principio, residente en “el centro del ser” es
“más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más
pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño
que el germen que está en un grano de mijo”, pero también, al mismo tiempo,
“más grande que el cielo, más grande que todos estos mundos juntos”; ahora
bien: en la relación inversa de los dos símbolos que ahora consideramos, la
montaña corresponde a la idea de “grandor” y la caverna (o la cavidad del
corazón) a la de “pequeñez”. El aspecto del “grandor” se refiere, por otra
parte, a la realidad absoluta, y el de la “pequeñez” a las apariencias
relativas a la manifestación; es, pues, perfectamente normal que el primero se
represente aquí por el símbolo que corresponde a una condición “primordial”, y
el segundo por el que corresponde a una condición ulterior de “oscurecimiento”
y de “envoltura” o repliegue” espiritual.
Si se quiere representar la caverna como situada en el interior mismo
(o en el corazón, podría decirse) de la montaña, basta transportar el triángulo
inverso al interior del triángulo recto, de modo que sus centros coincidan
(fig. 13); el primero debe, pues, ser necesariamente más pequeño para poder
contenerse íntegramente en el otro; pero, aparte de
esta diferencia, el conjunto de la figura así obtenida es manifiestamente
idéntico al símbolo del “sello de Salomón”, donde los dos triángulos opuestos
representan igualmente dos principios complementarios, en las diversas
aplicaciones de que son susceptibles. Por otra parte, si se hacen los lados del
triángulo invertido iguales a la mitad de los del triángulo recto (los hemos
hecho un poco menores para que los dos triángulos aparezcan enteramente
separados, pero, de hecho, es evidente que la entrada de la caverna debe
encontrarse en la superficie misma de la montaña, y por lo tanto que el
triángulo que la representa debería realmente tocar el perímetro del otro), el
triángulo menor dividirá la superficie del mayor en cuatro partes iguales, de las
cuales una será el triángulo invertido mismo, mientras que las otras tres serán
triángulos rectos.
En el capitulo “La Caverna y el Huevo del Mundo” encontramos otros
interesantes aportes a nuestro estudio.
La caverna iniciática, hemos dicho anteriormente, está considerada
como una imagen del mundo; pero, por otra parte, en razón de su asimilación
simbólica al corazón, representa particularmente el lugar cósmico central.
Puede parecer que haya en ello dos puntos de vista diferentes, pero, en realidad,
no se contradicen en modo alguno. El “Huevo del Mundo” es central con respecto
al “cosmos” y, a la vez, contiene en germen todo cuanto éste contendrá en el
estado de plena manifestación; todas las cosas se encuentran, pues, en el
“Huevo del Mundo”, pero en un estado de “repliegue” o “envoltura”, que
precisamente se figura también, por la situación misma de la caverna, por su
carácter de lugar oculto y cerrado. Las dos mitades en que se divide el “Huevo
del Mundo”, según uno de los aspectos más habituales de su simbolismo, se
convierten, respectivamente, en el cielo y la tierra; en la caverna,
igualmente, el suelo corresponde a la tierra y la bóveda al cielo; no hay,
pues, en todo ello nada que no sea perfectamente coherente y normal.
Ahora, falta considerar otra cuestión particularmente importante desde
el punto de vista iniciático: hemos hablado de la caverna como lugar del
“segundo nacimiento”; pero ha de hacerse una distinción esencial entre este
“segundo nacimiento” y el “tercer nacimiento”, distinción que en suma
corresponde a la de la iniciación en los “pequeños misterios” y en los “grandes
misterios”; si el “tercer nacimiento” se representa también como cumplido en la
caverna, ¿de qué modo se adaptará a él el simbolismo, de ésta? El “segundo
nacimiento”, que es propiamente lo que puede llamarse la “regeneración
psíquica”, se opera en el dominio de las posibilidades sutiles de la
individualidad humana; el “tercer nacimiento”, al contrario, al efectuarse
directamente en el orden espiritual, y no ya en el psíquico, es el acceso al
dominio de las posibilidades supraindividuales. El uno es, pues, propiamente un
“nacimiento en el cosmos” (proceso al cual corresponde, según lo hemos dicho,
en el orden “macrocósmico”, el nacimiento del Avatâra) y por consiguiente es
lógico que se lo figure como ocurrido íntegramente en el interior de la
caverna; pero el otro es un “nacimiento fuera del cosmos” y a esta “salida del
cosmos”, según la expresión de Hermes, debe corresponder, para que el
simbolismo sea completo, una salida final de la caverna, la cual contiene
solamente las posibilidades incluidas en el “cosmos”, las que el iniciado debe
precisamente sobrepasar en esta nueva fase del desarrollo de su ser, del cual
el “segundo nacimiento” no era en realidad sino el punto de partida.
Aquí, naturalmente, ciertas relaciones se encontrarán modificadas: la
caverna vuelve a ser un “sepulcro”, no ya esta vez en razón exclusivamente de
su situación “subterránea”, sino porque el “cosmos” íntegro es en cierto modo
el “sepulcro” del cual el ser debe salir ahora; el “tercer nacimiento” está
precedido necesariamente de la “segunda muerte”; que no es ya la muerte al
mundo profano, sino verdaderamente la “muerte al cosmos” (y también “en el
cosmos”), y por eso el nacimiento “extracósmico” se asimila siempre a una
“resurrección”. Para que pueda ocurrir tal “resurrección”, que es al mismo
tiempo la salida de la caverna, es necesario que sea retirada la piedra que
cierra la abertura del “sepulcro” (es decir, de la caverna misma); veremos en
seguida cómo puede traducirse esto en ciertos casos en el simbolismo ritual.
Por otra parte, cuando lo que está fuera de la caverna representaba
solamente el mundo profano o las “tinieblas exteriores”, la caverna aparecía
como el único lugar iluminado, y, por lo demás, iluminado forzosamente desde el
interior; ninguna luz, en efecto, podía entonces venirle de afuera. Ahora,
puesto que hay que tener en cuenta las posibilidades “extracósmicas”, la
caverna, pese a tal iluminación, se hace relativamente oscura, por relación, no
diremos a lo que está simplemente fuera de ella, sino más precisamente a lo que
está por sobre ella, allende su bóveda, pues esto es lo que representa al
dominio “extracósmico”. Podría entonces, según este nuevo punto de vista,
considerarse la iluminación interior como el mero reflejo de una luz que
penetra a través del “techo del mundo”, por la “puerta solar”, que es el “ojo”
de la bóveda cósmica o la abertura superior de la caverna. En el orden
microcósmico esta abertura corresponde al Brahma-randhra [el séptimo chakra],
es decir, al punto de contacto del individuo con el “séptimo rayo” del sol
espiritual, punto cuya “localización” según las correspondencias orgánicas se
encuentra en la coronilla, y que se figura también por la abertura superior del
athanor hermético (El “tercer nacimiento” podría ser considerado, empleando la
terminología alquímica, como una “sublimación”). Agreguemos a este respecto que
el “huevo filosófico”, el cual desempeña manifiestamente el papel de “Huevo del
Mundo”, está encerrado en el interior del athanor, pero que éste mismo puede
ser asimilado al “cosmos”, y ello en la doble aplicación, “macrocósmica” y
“microcósmica”; la caverna, pues, podrá también identificarse simbólicamente a
la vez con el “huevo filosófico” y con el athanor, según que la referencia sea,
si así quiere decirse, a grados de desarrollo diferentes en el proceso
iniciático, pero, en todo caso, sin que su significación fundamental se altere
en modo alguno.
Cabe observar también que, con esa iluminación refleja, tenemos la
imagen de la caverna de Platón, en la cual no se ven sino sombras, gracias a
una luz que viene de afuera, y esta luz es ciertamente “extracósmica”, ya que
su fuente es el “Sol inteligible”. La liberación de los prisioneros y su salida
de la caverna es una “salida al día”, por la cual pueden contemplar
directamente la realidad de que hasta entonces no habían percibido sino un
simple reflejo; esa realidad son los “arquetipos” eternos, las posibilidades
contenidas en la “permanente actualidad” de la esencia inmutable.
Por último, importa señalar que los dos “nacimientos” de que hemos
hablado, siendo dos fases sucesivas de la iniciación completa, son también, por
eso mismo, dos etapas por una misma vía, y que esta vía es esencialmente
“axial”, como lo es igualmente, en su simbolismo, el “rayo solar” al cual nos
referíamos poco antes, el cual señala la “dirección” espiritual que el ser debe
seguir, elevándose constantemente, para finalmente llegar a su verdadero
centro. En los límites del microcosmo, esta dirección “axial” es la de la
sushumnâ [una “arteria” sutil], que se extiende hasta la coronilla, a partir de
la cual se prolonga “extraindividualmente”, podría decirse, en el “rayo solar”
mismo, recorrido remontándose hacia su fuente; a lo largo de la sushumnâ se
encuentran los chakra, centros sutiles de la individualidad, a algunos de los
cuales corresponden las diferentes posiciones del lûz o “núcleo de
inmortalidad” a las que nos hemos referido anteriormente, de modo que esas
posiciones mismas, o el “despertar” sucesivo de los correspondientes chakra,
son siempre asimilables igualmente a etapas situadas en la misma vía “axial”.
Por otra parte, como el “Eje del Mundo” se identifica naturalmente con la
dirección vertical, que responde muy bien a la idea de vía ascendente, la
abertura superior, que corresponde “microcósmicamente”, según lo hemos dicho, a
la coronilla, deberá situarse normalmente, a este respecto, en el cenit de la
caverna, es decir, en la sumidad de la bóveda. Empero, la cuestión presenta de
hecho algunas complicaciones, debido a que pueden intervenir dos modalidades
diferentes de simbolismo, una “polar” y otra “solar”.
Abordaremos ahora el resultado final del simbolismo de la Caverna,
esto es “La Salida de la Caverna”, aunque ello nos lleve necesariamente a dar
luces sobre grados superiores. Sin embargo es necesario hacerlo pues solo
entonces es posible comprender en plenitud el sentido de nuestro tema.
La salida final de la caverna iniciática, considerada como representación
de la “salida del cosmos”, parece deber efectuarse normalmente, según lo que
antes hemos dicho, por una abertura situada en la bóveda, y en el cenit de
ella; recordamos que esta puerta superior, designada a veces tradicionalmente
como el “cubo de la rueda solar” y también como “el ojo cósmico”, corresponde
en el ser humano al Brahma-randhra y a la coronilla. Empero, pese a las
referencias al simbolismo solar que se encuentran en tal caso, podría decirse
que esta posición “axial” y “cenital” se refiere más directamente, y sin duda
más primitivamente también, a un simbolismo polar: este punto es aquel en el
cual, según ciertos rituales “operativos”, está suspendida la “plomada del Gran
Arquitecto”, que señala la dirección del “Eje del Mundo” y se identifica
entonces con la misma estrella polar. Cabe señalar también que, para que la
salida pueda efectuarse así, es menester que de ese lugar mismo se retire una
piedra de la bóveda; y esta piedra, por el hecho mismo de ocupar la sumidad,
tiene en la estructura arquitectónica un carácter especial y hasta único, pues
es naturalmente la “clave de bóveda”; esta observación no carece de
importancia, aunque no sea éste el lugar de insistir en ella.
De hecho, parece bastante raro que lo que acabamos de decir sea literalmente
observado en los rituales iniciáticos, aunque empero puedan encontrarse algunos
ejemplos, esta rareza, por lo demás, puede explicarse, al menos en parte, por
ciertas dificultades de orden práctico y también por la necesidad de evitar una
confusión que corre riesgo de producirse en tal caso (se puede entrar ni
tampoco salir sino por la única abertura, practicada en la sumidad de la
bóveda). En efecto, si la caverna no tiene otra salida que la cenital, ésta
tendrá que servir tanto de entrada como de salida, lo que no es conforme a su
simbolismo; lógicamente, la entrada debería más bien encontrarse en un punto
opuesto a aquélla según el eje, es decir en el suelo, en el centro mismo de la
caverna, a donde se llegaría por un camino subterráneo. Solo que, por otra
parte, tal modo de entrada no convendría para los “grandes misterios”, pues no
corresponde propiamente sino al estado inicial, que para entonces ya ha sido
franqueado hace mucho; sería necesario más bien, pues, suponer que el
recipiendario, entrado por esa vía subterránea para recibir la iniciación en
los “pequeños misterios”, permanece luego en la caverna hasta el momento de su
“tercer nacimiento”, en que sale definitivamente de ella por la abertura
superior; esto es admisible teóricamente, pero de toda evidencia no es posible
ponerlo en práctica de modo efectivo. En
cierto sentido puede decirse que los “pequeños misterios” corresponden a la
tierra (estado humano), y los “grandes misterios” al cielo (estados
supraindividuales); de ahí también, en ciertos casos, una correspondencia
simbólica establecida con las formas geométricas del cuadrado y del círculo (o
derivadas de éstas), que en particular la tradición extremo-oriental refiere,
respectivamente, a la tierra y al cielo; esta distinción se encuentra, en
Occidente, en la de la Square Masonry y la Arch Masonry, que acabarnos de
mencionar.
En los altos grados de la
masonería escocesa, así ocurre con el grado 13º, llamado del “Arco [de bóveda]
Real”, pero al cual no ha de confundirse, pese a ciertas similitudes parciales,
con lo que en la masonería inglesa constituye la Arch Masonry en cuanto
diferenciada de la Square Masonry; los orígenes “operativos” de dicho grado
escocés son, por lo demás, mucho menos claros; el grado 14º o “Gran Escocés de
la Bóveda sagrada”, se confiere igualmente “en un lugar subterráneo y
abovedado”. Conviene señalar, a este respecto que hay en todos esos altos
grados muchos elementos de procedencia diversa, no siempre conservados
integralmente ni sin confusión, de modo que, en su estado actual su naturaleza
real es a menuda difícil de determinar exactamente. Esta confusión existe,
efectivamente, en los grados escoceses que acabamos de mencionar: como la
“bóveda subterránea” es “sin puertas ni ventanas”, no se puede entrar ni tampoco
salir sino por la única abertura, practicada en la sumidad de la bóveda.
Existe en realidad otra solución, que implica consideraciones en que
el simbolismo solar toma esta vez el lugar preponderante, aunque los vestigios
de simbolismo polar permanezcan todavía muy netamente visibles; se trata, en
suma, de una especie de combinación y casi de fusión entre ambas modalidades,
según lo indicábamos al final del estudio precedente. Lo que importa
esencialmente señalar a este respecto es lo que sigue: el eje vertical, en
cuanto une ambos polos, es evidentemente un eje norte-sur; en el paso del
simbolismo polar al solar, ese eje deberá proyectarse en cierto modo en el
plano zodiacal, pero de manera de conservar cierta correspondencia, y hasta
podría decirse una equivalencia lo más exacta posible, con el eje polar
primitivo. Ahora bien; en el ciclo anual, los solsticios de invierno y verano
son los dos puntos que corresponden respectivamente al norte y al sur en el
orden espacial, así como los equinoccios de primavera y otoño corresponden a
oriente y occidente; el eje que cumpla la condición requerida será, pues, el
que une los dos puntos solsticiales; y puede decirse que este eje solsticial
desempeñará entonces el papel de un eje relativamente vertical, como en efecto
lo es con relación al eje equinoccial. Los solsticios son verdaderamente lo que
puede llamarse los polos del año; y estos polos del mundo temporal, si cabe
expresarse así, sustituyen entonces, en virtud de una correspondencia real y
para nada arbitraria, a los polos del mundo espacial; por lo demás, están
naturalmente en relación directa con el curso del sol, del cual los polos, en
el sentido propio y ordinario del término, son, al contrario, por completo
independientes; y así se encuentran vinculadas del modo más claro posible las
dos modalidades simbólicas a que nos hemos referido.
Siendo así, la caverna “cósmica” podrá tener dos puertas “zodiacales”,
opuestas según el eje que acabamos de considerar, y por lo tanto
correspondientes, respectivamente, a los dos puntos solsticiales, una de las
cuales servirá de entrada y la otra de salida; en efecto, la noción de estas
dos “puertas solsticiales” se encuentra explícita en la mayoría de las
tradiciones, e inclusive se le atribuye por lo general una importancia
simbólica considerable. La puerta de entrada se designa a veces como la “puerta
de los hombres”, quienes entonces pueden ser iniciados en los “pequeños
misterios” como simples profanos, puesto que no han sobrepasado aún el estado
humano; y la puerta de salida se designa entonces, por oposición, como la
“puerta de los dioses”, es decir, aquella por la cual pasan solamente los seres
que tienen acceso a los estados supraindividuales.
Así y suficientemente hemos explicado a la luz de los escritos del Hno.
René Guenón numerosos tópicos que tienen relación directa con el tema de la
“Caverna” y el significado
de los Grados Crípticos.
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