Los Guardianes de la Tierra Santa
Rene Guenon
Entre las atribuciones de las Órdenes de Caballería
y más particularmente de los Templarios, una de las más conocidas, pero no de
las mejor comprendidas en general, es la de "guardianes de Tierra
Santa". Sin duda, si se atiene uno al sentido más exterior, se encuentra
una explicación inmediata de este hecho en la conexión existente entre el
origen de esas Órdenes y las Cruzadas, pues, para los cristianos como para los
judíos, ciertamente parece que la "Tierra Santa" no designa sino
Palestina. Sin embargo, la cuestión se torna más compleja cuando se advierte
que diversas organizaciones orientales cuyo carácter iniciático no es dudoso,
como los "Asassíes" y los Drusos, han tomado igualmente ese mismo
título de "guardianes de Tierra Santa". Aquí, en efecto, no puede
tratarse ya de Palestina; y, por otra parte, es notable que esas organizaciones
presenten un número considerable de rasgos comunes con las Ordenes de
Caballería occidentales, y que incluso algunas de éstas hayan estado
históricamente en relación con aquéllas. ¿Qué debe, pues, entenderse en
realidad por "Tierra Santa", y a qué corresponde exactamente ese
papel de "guardianes" que parece vinculado a un género de iniciación
determinado al cual puede llamarse iniciación "caballeresca", dando a
este término una extensión mayor de la que se le atribuye de ordinario pero
que las analogías existentes entre las diversas formas de aquello de que se
trata bastarían ampliamente para justificar?
La expresión "Tierra Santa" tiene cierto número de sinónimos:
"Tierra Pura, "Tierra de los Santos", "Tierra de los
Bienaventurados", "Tierra de los Vivientes", "Tierra de
Inmortalidad", que estas designaciones equivalentes se encuentran en las
tradiciones de todos los pueblos, y que se aplican siempre esencialmente a un
centro espiritual cuya localización en una región determinada, por lo demás,
puede entenderse, según los casos literal o simbólicamente, o en ambos sentidos
a la vez. Toda "Tierra Santa" se designa además por expresiones como
'las de "Centro del Mundo" o "Corazón del Mundo", lo cual
requiere alguna explicación, pues estas designaciones uniformes, aunque
diversamente aplicadas, podrían fácilmente llevar a ciertas confusiones. Si
consideramos, por ejemplo, la tradición hebrea, vemos que se habla, en el Sefer
Yetsiráh, del "santo Palacio" o "Palacio interior", que
es el verdadero "Centro del Mundo", en el sentido cosmogónico del
término; y vemos también que ese "santo Palacio" tiene su imagen en
el mundo humano por la residencia, en cierto lugar, de la Shejinah, que
es la "presencia real" de la Divinidad. Para el pueblo de Israel, esa
residencia de la Shejinah era el Tabernáculo (Mishkan), que por
esa razón era considerado por él como el "Corazón del Mundo", pues
constituía efectivamente el centro espiritual de su propia tradición. Este
centro, por lo demás, no fue al comienzo un lugar fijo; cuando se trata de un
pueblo nómada, como era el caso, su centro espiritual debe desplazarse con él,
aunque permaneciendo siempre en el corazón de ese desplazamiento. "La
residencia de la Shejinah solo se fijó el día que se construyó el
Templo, para el cual David había preparado el oro, la plata y todo cuanto era
necesario a Salomón para dar cumplimiento a la obra. El Tabernáculo de la Santidad de Jehovah,
la residencia de la Shejinah, es el Sanctasanctorum que es el
corazón del Templo, el cual es a su vez el centro de Sión (Jerusalén), como la
santa Sión es el centro de la Tierra de Israel, como la Tierra de Israel es el
centro del mundo". Puede advertirse que hay aquí una serie de extensiones,
dadas gradualmente a la idea de centro en las aplicaciones que de ella se hacen
sucesivamente, de suerte que la denominación de "Centro del Mundo" o
de "Corazón del Mundo" es finalmente extendida a la Tierra de Israel
en su totalidad, en tanto que considerada como la "Tierra Santa"; y
ha de agregarse que, en el mismo aspecto, recibe también, entre otras
denominaciones, la de "Tierra de los Vivos". Se habla de la
"Tierra de los Vivos que comprende siete tierras", que "esta
Tierra es Canaán, en la cual había siete pueblos", lo cual es exacto en el
sentido literal, aunque sea igualmente posible una interpretación simbólica.
La expresión "Tierra de los Vivos" es exactamente sinónima de
"morada de inmortalidad", y la liturgia católica la aplica a la
morada celeste de los elegidos, que estaba en efecto figurada por la Tierra
Prometida, puesto que Israel, al penetrar en ésta, debía ver el fin de sus
tribulaciones. Desde otro punto de vista más, la Tierra de Israel, en cuanto
centro espiritual, era una imagen del Cielo, pues, según la tradición judía,
"todo lo que los israelitas hacen en la tierra se cumple según los tipos
de lo que ocurre en el mundo celestial. Lo que aquí se dice de los israelitas
puede decirse igualmente de todos los pueblos poseedores de una tradición
verdaderamente ortodoxa; y, en efecto, el pueblo de Israel no es el único que
haya asimilado su país al "Corazón del Mundo" y lo haya considerado
como una imagen del Cielo, ideas ambas que, por lo demás, no son en realidad
sino una. El uso de idéntico simbolismo se encuentra entre otros pueblos que
poseían igualmente una "Tierra Santa", es decir, una región donde
estaba establecido un centro espiritual dotado para ellos de un papel
comparable al del Templo de Jerusalén para los hebreos. A este respecto ocurre
con la "Tierra Santa" como con el "Omphalos", que
era siempre la imagen visible del "Centro del Mundo" para el pueblo
que habitaba la región donde estaba situado.
El simbolismo de que se trata se encuentra particularmente entre los
antiguos egipcios; en efecto, según Plutarco, "los egipcios dan a su país
el nombre de Khemia (Kémi, en lengua egipcia, significa 'tierra negra',
designación cuyo equivalente se encuentra también en otros pueblos; de esta
palabra proviene la de alquimia -donde “al” no es sino el artículo árabe-, que designaba
originariamente la ciencia hermética, es decir, la ciencia sacerdotal de
Egipto) y lo comparan a un corazón". La razón que da este autor es bastante
extraña: "Ese país es en efecto cálido, húmedo, está contenido en las
partes meridionales de la tierra habitada, extendido a mediodía, como en el
cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda", pues "los
egipcios consideran el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la
derecha y el Mediodía como la izquierda Éstas no son más que similitudes harto
superficiales, y la verdadera razón ha de ser muy otra, puesto que la misma
comparación con el corazón se aplica generalmente a toda tierra a la cual se
atribuya carácter sagrado y "central" en sentido espiritual,
cualquiera fuere su situación geográfica. Por lo demás, según el mismo
Plutarco, el corazón, que representaba a Egipto, representaba a la vez el
Cielo "Los egipcios -dice- figuran
el Cielo, que no puede envejecer porque es eterno, por un corazón colocado
sobre un brasero cuya llama alimenta su ardor." Así, mientras que el
corazón se figura por un vaso que no es sino el que las leyendas del Medioevo
occidental designarían como el "Santo Graal", es a su vez y
simultáneamente el jeroglífico de Egipto y del Cielo.
La conclusión que, debe sacarse de estas consideraciones es que hay
tantas "Tierras Santas" particulares como formas tradicionales
regulares existen, puesto que representan los centros espirituales que
corresponden respectivamente a las diferentes formas; pero, si igual simbolismo
se aplica uniformemente a todas esas "Tierras Santas", ello se debe a
que los centros espirituales tienen todos una constitución análoga, y a menudo
hasta en muy precisos pormenores, porque son otras tantas imágenes de un mismo
centro único y supremo, sólo el cual es verdaderamente el "Centro del
Mundo", pero del cual aquéllos toman los atributos como participantes de
su naturaleza por una comunicación directa, en la cual reside la ortodoxia
tradicional, y como representantes efectivos de él, de una manera más o menos
exterior, para tiempos y lugares determinados. En otros términos, existe una
"Tierra Santa" por excelencia, prototipo de todas las otras, centro
espiritual al cual todas las demás están subordinadas, sede de la tradición
primordial, de la cual todas las tradiciones particulares derivan por
adaptación a tales o cuales condiciones definidas de un pueblo o de una época.
Esa "Tierra Santa" por excelencia es la "región suprema, según
el sentido del término sánscrito Paradêsha, del cual los Caldeos
hicieron Pardés y los occidentales Paraiso; es, en efecto, el
"Paraíso terrestre", ciertamente punto de partida de toda tradición,
que tiene en su centro la fuente única de donde parten los cuatro ríos que
fluyen hacia los cuatro puntos cardinales, y es a la vez "morada de
inmortalidad", como es fácil advertirlo refiriéndose a los primeros
capítulos del Génesis. Por eso la "fuente de enseñanza" es al
mismo tiempo la "fuente de juvencia" (Fons iuventutis), porque
quien bebe de ella se libera de la condición temporal; está, por otra parte,
situada al pie del "Árbol de Vida" y sus aguas se identifican
evidentemente con el "elixir de longevidad" de los hermetistas (la
idea de "longevidad" tiene aquí la misma significación que en las
tradiciones orientales) o al "elixir de inmortalidad", de que se
trata en todas partes bajo nombres diversos.
No podemos trataremos aquí sobre todas las cuestiones concernientes al
Centro supremo, su conservación, de un modo más o menos oculto según los
períodos, desde el comienzo hasta el fin del ciclo, o sea desde el
"Paraíso terrestre" hasta la "Jerusalén celeste", que
representan las dos fases extremas; los múltiples nombres con los cuales se lo
designa, como los de Tula, Luz, Salem, Agarttha; los diferentes símbolos
que lo figuran, como la montaña, la caverna, la isla y muchos otros, en
relación inmediata, por su mayor parte, con el simbolismo del "Polo"
o del "Eje del Mundo". A estas figuraciones podríamos agregar también
las que lo presentan como una ciudad, una ciudadela, un templo o un palacio,
según el aspecto especial en que se lo encara; y ésta es la ocasión de
recordar, al mismo tiempo que el Templo de Salomón, más directamente vinculado
con nuestro tema, el triple recinto de que hemos hablado recientemente
considerándolo como representación de la jerarquía iniciática de ciertos
centros tradicionales, y también el misterioso laberinto, que, en forma más compleja,
se vincula con una concepción similar, con la diferencia de que pone en evidencia
sobre todo la idea de un "encaminarse" hacia el centro escondido
(búsqueda de la Palabra Perdida, búsqueda del Santo Grial).
Debemos añadir ahora que el simbolismo de la "Tierra Santa"
tiene un doble sentido: ya se refiera al Centro supremo o a un centro
subordinado, representa no sólo a este centro mismo sino también, por una
asociación por lo demás muy natural, a la tradición que de él emana o que en
él se conserva, es decir, en el primer caso, a la tradición primordial, y en el
segundo, a determinada forma de tradición particular. Este doble sentido se encuentra
análogamente, y de modo muy claro, en el simbolismo del "Santo
Grial", que es a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o
graduale); este último aspecto designa manifiestamente la tradición,
mientras que el primero concierne más directamente al estado correspondiente a
la posesión efectiva de esa tradición, vale decir al "estado
edénico", si se trata de la tradición primordial; y quien ha llegado a tal
estado está, por eso mismo, reintegrado al Pardes, de suerte que puede
decirse que su morada se encuentra en adelante en el "Centro del
Mundo". No sin motivo hemos relacionado aquí ambos simbolismos, pues su
estrecha similitud muestra que, cuando se habla de la "Caballería del
Santo Grial" o de los "Guardianes de la Tierra Santa", debe
entenderse por ambas expresiones exactamente la misma cosa; nos falta explicar,
en la medida de lo posible, en qué consiste propiamente la función de esos
"guardianes", función que fue en particular la de los Templarios. Saint-Yves
d'Alveydre emplea, para designar a los "guardianes" del Centro
supremo, la expresión "Templarios del Agarttha"; las
consideraciones que aquí formulamos harán ver la exactitud de este término,
cuya significación él mismo quizá no había captado plenamente.
Para comprender bien de qué se trata, es menester distinguir entre los
mantenedores de la tradición, cuya función es la de conservarla y
transmitirla, y los que reciben solamente de ella, en mayor o menor grado, una
comunicación y, podríamos decir, una participación. Los primeros, depositarios
y dispensadores de la doctrina, están junto a la fuente misma, que es
propiamente el centro; de allí, la doctrina se comunica y reparte
jerárquicamente a los diversos grados iniciáticos, según las corrientes
representadas por los ríos del Pardés, o, si se quiere retomar la
figuración que hemos estudiado hace un momento, por los canales que, yendo del
interior al exterior, vinculan entre sí los recintos sucesivos correspondientes
a esos diversos grados. Así pues, no todos los que participan de la tradición
han llegado al mismo grado ni realizan las mismas funciones; inclusive sería
preciso establecer una distinción entre ambas cosas, las cuales, aunque
generalmente en cierta manera se corresponden, no son empero estrictamente
solidarias, pues puede ocurrir que un hombre esté intelectualmente cualificado
para recibir los grados más altos pero no sea apto por eso para cumplir todas
las funciones en la organización iniciática. Aquí, solamente debemos considerar
las funciones; y, desde este punto de vista, diremos que los
"guardianes" están en el límite del centro espiritual, tomado en su
sentido más lato, o en el último recinto, aquel por el cual el centro está a
la vez separado del "mundo exterior" y en relación con él. Por
consiguiente, estos "guardianes" tienen una doble función: por una
parte, son propiamente los defensores de la "Tierra Santa" en el
sentido de que vedan el acceso a quienes no poseen las cualificaciones
requeridas para penetrar en ella, y constituyen lo que hemos llamado su
"cobertura externa", es decir, la ocultan a las miradas profanas; por
otra parte, aseguran también así ciertas relaciones regulares con el exterior.
Es evidente que el papel de defensor es, para hablar el lenguaje de la
tradición hindú, una función de kshatriya; y, precisamente, toda
iniciación caballeresca está esencialmente adaptada a la naturaleza propia de
los hombres que pertenecen a la casta guerrera, o sea la de los kshatriya. De
ahí provienen los caracteres especiales de esta iniciación, el simbolismo
particular de que hace uso, y especialmente la intervención de un elemento
afectivo, designado muy explícitamente por el término "Amor". Pero,
en el caso de los Templarios, hay algo más a tomar en cuenta: aunque su
iniciación haya sido esencialmente "caballeresca", como convenía a su
naturaleza y función, tenían un doble carácter, a la vez militar y religioso; y
así debía ser si pertenecían, como tenemos buenas razones para creerlo, a los
"guardianes" del Centro supremo, donde la autoridad espiritual y el
poder temporal se reúnen en su principio común, y que comunica la marca de esta
unión a todo cuanto le está directamente vinculado. En el mundo occidental,
donde lo espiritual toma la forma específicamente religiosa, los verdaderos
"Guardianes de la Tierra Santa", en tanto que tuvieron una existencia
en cierto modo "oficial", debían ser caballeros, pero caballeros que
fuesen monjes a la vez; y, en efecto, eso precisamente fueron los Templarios.
Esto nos lleva directamente a hablar del segundo papel de los
"Guardianes" del Centro supremo, papel que consiste, decíamos, en
asegurar ciertas relaciones exteriores y sobre todo, agregaremos, en mantener
el vínculo entre la tradición primordial y las tradiciones secundarias
derivadas. Para que pueda ser así, es necesario haya en cada forma tradicional
una o varias organizaciones constituidas en esa misma forma, según todas las
apariencias, pero compuestas por hombres conscientes de lo que está más allá
de todas las formas, vale decir, de la doctrina única que es la fuente y
esencia de todas las otras; y que no es sino la tradición primordial.
En el mundo de tradición judeocristiana, tal organización debía,
naturalmente, tomar por símbolo el Templo de Salomón; éste, por lo demás,
habiendo dejado de existir materialmente desde hacía mucho, no podría tener
entonces sino una significación puramente ideal, como imagen del Centro
supremo, tal cual lo es todo centro espiritual subordinado; y la etimología
misma del nombre Jerusalén indica con harta claridad que ella no es sino una
imagen visible de la misteriosa Salem de Melquisedec. Si tal fue el carácter
de los Templarios, para desempeñar el papel que les estaba asignado, y que
concernía a una determinada tradición, la de Occidente, debían permanecer
vinculados exteriormente con la forma de esta tradición; pero, a la vez, la
conciencia interior de la verdadera unidad doctrinal debía hacerlos capaces de
comunicar con los representantes de las otras tradiciones: esto explica
sus relaciones con ciertas organizaciones orientales, y sobre todo, como es
natural, con aquellas que en otras partes desempeñaban un papel similar al de
ellos.
Por otra parte, puede comprenderse en tales condiciones, que la
destrucción de la Orden del Temple haya traído aparejada para Occidente la
ruptura de las relaciones regulares con el "Centro del Mundo"; y, en
efecto, al siglo XIV debe hacerse remontar la desviación que debía resultar
inevitablemente de tal ruptura, y que ha ido acentuándose gradualmente hasta
nuestra época. Esto no significa, empero, que todo vínculo haya sido cortado de
una vez por todas; durante bastante tiempo pudieron haberse mantenido
relaciones en cierta medida, pero sólo de una manera oculta, por intermedio de
organizaciones como la Fede Santa o los "Fieles de Amor", como
la "Massenie del Santo Graal", y sin duda muchas otras, todas
herederas del espíritu de la Orden del Temple, y en su mayoría vinculadas con
ella por una filiación más o menos directa. Aquellos que conservaron vivo este
espíritu y que inspiraron tales organizaciones sin constituirse nunca ellos
mismos en ninguna agrupación definida, fueron aquellos a quienes se llamó, con
un nombre esencialmente simbólico, los Rosa-Cruz; pero llegó un día en que los
Rosa-Cruz mismos debieron abandonar Occidente, donde las condiciones se habían
hecho tales que su acción no podía ejercerse ya, y, se dice, se retiraron
entonces a Asia, reabsorbidos en cierto modo hacia el Centro supremo, del cual
eran como una emanación. Para el mundo occidental, ya no hay "Tierra
Santa" que guardar, puesto que el camino que a ella conduce se ha perdido
ya enteramente; ¿cuánto tiempo todavía durará esta situación, y cabe siquiera
esperar que la comunicación pueda ser restablecida tarde o temprano? Es ésta
una pregunta a la cual no nos corresponde dar respuesta; aparte de que no
queremos arriesgar ninguna predicción, la solución no depende sino de Occidente
mismo, pues sólo retornando a condiciones normales y recobrando el espíritu de
su tradición, si le queda aún la posibilidad, podrá ver abrirse de nuevo la vía
que conduce al "Centro del Mundo".